La transformación digital acelerada en los tiempos del coronavirus, también conocido como COVID-19, ha traído consigo la reducción de la circulación del dinero en efectivo, debido a que hemos hecho todo lo posible por reducir el contacto con el mismo por temor a un posible contagio, razón por la cual y en nuestro prudente proceder, los pagos digitales se han convertido en nuestros mejores aliados.
Hoy, gran parte de la población que cuenta con acceso a dispositivos móviles inteligentes, computadoras, una cuenta bancaria y tarjetas de crédito, puede optar por cientos de bienes y servicios a un clic de distancia, a través de una aplicación o desde el sitio Web del establecimiento y/o negocio, sin tener que manipular dinero en efectivo y siguiendo ciertos protocolos de seguridad o validación con su banco.
De esta manera nos encontramos cada vez más cerca de la posible desaparición del dinero en efectivo (billetes y monedas), y que este sea sustituido por formas de pago electrónico en un plazo no muy lejano como ha venido ocurriendo en países como Suecia, Dinamarca, Noruega y Corea del Sur.
Lo cual resulta muy beneficioso en diferentes sentidos, como por ejemplo:
En primera instancia reduces el riesgo de hurtos cuando sales o te diriges a sucursales bancarias con cantidades considerables de dinero, donde en muchas ocasiones se filtra la información desde el interior del banco o cuando solicitas escolta policial por tu seguridad.
Acceso a cualquier cantidad de dinero al instante, sin incurrir en costos por retiro, emisión o cambio de cheques, entre otros.
Se reducen los costos de fabricación, además de ello no habría falsificación de los mismos (billetes y monedas), siendo un alivio para la economía, en especial para las micro, pequeñas y medianas empresas que, sin saberlo, pueden dar a sus clientes billetes falsos en cada intercambio comercial.
Las transacciones digitales sumadas a la reciente facturación electrónica requerida por el Gobierno, lograrían disminuir la evasión tributaria por parte de los contribuyentes, dejando de un lado el anonimato y actividades ilegales relacionadas con este, debido a que los pagos digitales son rastreables.
Disminuirían los costos operativos al interior de las entidades bancarias, debido al aumento del uso de la banca móvil, lo cual los enfrenta al desafío de la reinvención con nuevas políticas y portafolios de servicios para los usuarios, como está ocurriendo con las billeteras móviles a raíz de la adopción mundial de teléfonos inteligentes y los avances tecnológicos.
Aunque no debemos olvidarnos de la población en situación de vulnerabilidad o menos favorecida, como es el caso de aquellos que tienen dificultad para acceder a una conexión de Internet, un teléfono inteligente o computadora, así mismo los adultos mayores y ciudadanos en situación de calle que se lucran de actividades informales, con los que nos topamos en el día a día, es decir, el que limpia vidrios, el que hace malabares o el que vende golosinas en los semáforos; quienes serían los más afectados por la brecha económica y digital existente, porque no tendrían acceso a la compra de alimentos, de medicamentos o servicios de transporte.
Por ello, es preciso que los Gobiernos incluyan programas de alfabetización digital y aumenten la cobertura de Internet para toda la población de forma segura, aún cuando en estos tiempos puedes acceder a Internet de forma gratuita en ciertos lugares como parques, centros comerciales, aeropuertos y cafés; todo esto con el fin de evitar la exclusión financiera.
Y si hablamos de desventajas, claramente sería la posibilidad del aumento de fraudes relacionados con los pagos electrónicos y delitos cibernéticos, lo cual es un gran reto para los desarrolladores de aplicaciones móviles, proveedores de servicios de red inalámbrica y los Departamentos de Tecnología de los bancos.
Lo que nos lleva a cuestionarnos…
¿Estamos preparados para asumir el cambio? ¿Sería el fin del dinero en efectivo como lo conocemos?
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